Saludable advertencia(no digan que no se los dije):
Este lugar es uno de los lugares más peligrosos de la galaxia espiral Vía Láctea(albergadora de un raro y precioso planeta). El Club Bilderberg, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Partido Revolucionario Institucional, la OEA, la OTAN, y otras organizaciones prehistóricas, advierten que visitar este lugar es visitar las entrañas de la subversión, el manantial de los anacronismos, la alcoba de un demonio de demonios.
El Vaticano debe enviar exorcistas con sus más finos y milenarios mensajes de falso amor. Monsanto debe esparcir sus neuroncidas para eliminar todo axón y dendrita hasta la raíz. La British Petroleum debe regar sin deliberación toneladas de sacrosantos petróleos. El gobierno de las Empresas y Bancos Unidos de Asesinamérica(United States of America), debe enviar poderosos drones con bombas más criminales que las que soltó en Hiroshima y Nagasaki.

domingo, 22 de enero de 2012

La religión santifica a los poderosos

Como historiador, confieso que me resulta un poco gracioso cuando escucho que la tradición judeocristiana es alabada como fuente de nuestra preocupación presente por los derechos humanos, esto es, por la valiosa idea de que todos los individuos en todas partes tienen derecho a la vida, a la libertad, y a la búsqueda de la felicidad sobre esta tierra. De hecho, las grandes épocas de la religión fueron notables por su indiferencia a los derechos humanos en el sentido contemporáneo. Fueron notorias no sólo por su aceptación de la pobreza, la inequidad, la explotación y la opresión, sino también por una entusiasta justificación de la esclavitud, la persecución, el abandono de niños pequeños, la tortura y el genocidio. La religión, durante la mayor parte de la historia de Occidente, vio las pruebas a las que la humanidad se vio sometida en este mundo como ordenadas por el Todopoderoso para probar y purificar a los mortales pecadores... Más aún, la religión santificó la jerarquía, la autoridad y la desigualidad; odiaba la blasfemia y temía la herejía...

Arthur Schlesinger

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